OPINIÓN

Una sociedad hambrienta de odio se resiste a desaparecer

Por: Rafael Granados

Hace unas semanas aquí en El Salvador, en uno de los estadios de fútbol de la zona oriental del país, ocurrió un altercado entre las barras de dos equipos, quienes de manera irracional y salvaje, se lanzaron a la cancha para golpearse porque sí, simplemente porque se les calentó la sangre y querían desahogar esa rabia que traían y que quizá han llevado por año en su interior.

Así mismo, en Ucrania, desde hace unas semanas sus pobladores no pueden dormir por las constantes explosiones de bombas y misiles que caen en su territorio, los cuales son lanzados por militares rusos, quienes se resisten a firmar un cese al fuego y evitar con eso lo que se podría convertir en la tercera guerra mundial.

Y si eso fuera poco, este pasado fin de semana, el sábado para ser exactos, los hinchas o seguidores de dos equipos mexicanos se fueron a golpes, el campo de juego se llenó de sangre y en pocos minutos, pasamos de contar goles a contar fallecidos, sin duda, el odio una vez más salió a flote y se apoderó de esos sujetos que olvidaron que el fútbol, el deporte rey, es para divertirse.

Por muchos años, nuestros países latinoamericanos han vivido guerras y diferentes episodios de violencia que han marcado con sangre más de un capítulo de nuestras sociedades. La sangre ha estado presente en cada momento de nuestra democracia y eso ha evitado que caminemos como hermanos y construyamos una cultura de paz que nos permita avanzar hasta el desarrollo que tanto anhelan nuestros pueblos.

Una sociedad hambrienta de odio se resiste a desaparecer y ve en la más mínima provocación el momento perfecto para sacar a luz lo que lleva dentro, esa sed de venganza, esa sed de dañar, de destruir, y no construir. Sin duda, estos últimos episodios nos confirman que necesitamos ser, como dice aquella vieja canción: ¨Civilizados como los animales¨.

Es momento que como sociedad despertemos y nos demos cuenta que la violencia produce más violencia, que toda acción siempre tendrá una reacción y que el daño que hagamos a otros, en algún momento podría llegar a nuestras vidas.

Urge despertar y que seamos protagonistas en la construcción de un nuevo país, un nuevo continente y un nuevo mundo. Un mundo más tolerante, más responsable, más empático, más agradecido, más unido; una sociedad que se esfuerce por destruir los muros de la indiferencia y del odio.

Redacción LPT

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