OPINIÓNPORTADA

3 de marzo, día del desarrollo territorial

René Martínez Pineda

Sociólogo y Escritor (UES y ULS)

En lo municipal (dice la señora del Mercado Central que, con anillos estrafalarios y cirugías plásticas artesanales, le lee la mano a la historia y le hace la prueba del puro a las traiciones) las elecciones son un compromiso real con lo cotidiano, no importa si vivimos en un municipio, en un distrito o fuera del país, porque la identidad con el territorio no sabe de burocracias ni distancias. En nuestro caso, en las elecciones municipales del 3 de marzo, el pueblo habló en las urnas y mandó mensajes políticos a decodificar en silencio. El primer mensaje es que, en el imaginario popular, la oposición es una pesadilla superada y clausurada, pues ARENA sólo ganó una alcaldía, y el FMLN ninguna, poniéndole punto final a este partido como opción electoral e ideológica. El segundo mensaje a destacar es que el pueblo decidió fortalecer, tanto el proyecto político impulsado por el gobierno, como el liderazgo de Bukele, que tiene de presencias y ausencias. El proyecto político porque, de 44 alcaldías en disputa, Nuevas Ideas y sus aliados ganaron 43 (97.7%), lo que es una muestra fulminante de que la población quiere continuar, desde los nuevos municipios, en la ruta trazada en 2019, sobre todo en materia de seguridad ciudadana.

En esos resultados apabullantes, hay que señalar que, por un lado, todos los candidatos ganadores, bajo banderas distintas a la “N”, lo lograron porque sus partidos han apoyado la gestión del presidente, y en su campaña propagandística hicieron público su apoyo a Nayib para garantizar su triunfo, lo que consolida su liderazgo como un hecho sociológico “transpartidario”; y, por otro, el gane de los partidos aliados es un “voto de castigo” a las pésimas gestiones que realizaron algunos alcaldes de Nuevas Ideas, tal como lo señaló el presidente Bukele. Sí, fue un “voto de castigo”, mas no un “voto suicida”, ya que los votantes no optaron por los partidos de oposición.

Como tercer mensaje, esos resultados electorales en los cuales, partidos distintos al oficial, han ganado alcaldías, son el mejor indicador de que, en El Salvador, sí existe una democracia que respeta la decisión del pueblo, y eso le pone fin -in situ- a las trasnochadas denuncias de la oposición de que “la democracia está en peligro”.

Sobre los nuevos municipios, una de las tareas urgentes -ya cuando el escrutinio final es un mandato incuestionable- es definir, con claridad, la noción y premisas elementales que los convertirán en una cotidianidad trascendental, pues deben ir mucho más lejos de la falacia de “lo local”, apropiándose la territorialidad como un tiempo-espacio geográfico, cultural, económico, social y simbólico. En ese sentido, el poder territorial en los nuevos municipios no se quedará estancado en pintar las bancas del parque, hacer festivales gastronómicos previsibles, y organizar fiestas patronales pomposas en las que, con tal de conseguir votos para las siguientes elecciones, se gasta más dinero del que ingresa, y se descuida la atención de los habitantes, sobre todo la de quienes sufren el desamparo en los márgenes del territorio en condiciones de vida propias del siglo XIX. Y es que, con la reducción de municipios, no se trata de ejercer el poder político en el territorio y hacer de los municipios una caja chica de la corrupción (262 cajas chicas amamantadas por ARENA-FMLN en el marco de una institucionalidad construida para la impunidad), sino que se trata de que el territorio sea un poder económico y sociocultural. Tener 262 municipios, en un territorio tan reducido, fue una visión pasiva y restrictiva de fomentar el progreso económico (sólo se ve el progreso en los cascos urbanos) y una estrategia para descentralizar la corrupción.

Sin embargo, la vieja visión pasiva e inicua de lo municipal se superará -como racionalidad financiera- con la reducción del numero de municipios para fomentar, de forma deliberada, el desarrollo territorial y la territorialidad sociocultural que le es inherente, en tanto el territorio será el espacio de continuidad del desarrollo nacional concebido como un proceso de sucesivas aproximaciones en las que, lo simbólico, estará fusionado con los recursos del territorio y en el territorio… y entonces, 44 será mayor a 262.

Afirmo que el 3 de marzo fue el “día del desarrollo territorial” debido a que ese acto electoral precede y preside a la acción territorial. A diferencia del desarrollo local (enanismo populista del progreso que no iba más allá de las pupusas de mango y la adoración de frutos, lo que está bien si se toma sólo como una fase), el desarrollo territorial incorpora el tiempo-espacio futuro para superar, en lo político, la condición cultural de súbdito de los habitantes y autoridades municipales (autoridades que sin el FODES no podían trabajar), y superar, en lo económico, las fuerzas productivas de subsistencia, de cara a construir las fuerzas productivas del desarrollo humano que consoliden “municipios de bienestar” como polos de atracción.

En ese sentido, en los nuevos municipios -como desarrollo territorial- el oficio político será el ejercicio de la radicalidad democrática en todos los rubros de la vida municipal, y en todos los lugares del territorio (privilegiando los olvidados) con el objetivo de garantizar la reproducción ampliada de sus fuerzas productivas y culturales (formar la identidad colectiva); regular las contradicciones primarias y secundarias entre los recursos del territorio y los llevados al territorio, ya que no sólo se trata de generar empleo y progreso económico, sino de hacerlo sin deteriorar el medio ambiente y las relaciones sociales, de modo que el cambio social sea transformación social por medio de un proyecto colectivo que -al engranar, perfectamente, en un proyecto social- lleve a darle coherencia y sustancia territorial al proyecto político.

En ese contexto, los alcaldes deben construir una gran visión colectiva de desarrollo, y para que eso sea un acto democrático, la visión tiene que hacer uso de los ojos de los “eternos olvidados” por las gestiones anteriores, y ello demanda un compromiso mutuo ya que el desarrollo no es algo neutro, ni algo que camine en neutro. Entonces, hay que valorizar y revalorizar -como habitus futuro- los recursos que tiene y piensa tener el territorio, tanto los materiales y geográficos, como los simbólicos y sociales, y, dentro de los últimos, la confianza, la honestidad, la honradez y la participación son fundamentales. En los recursos sociales hay que incorporar, a través de la promoción cultural, los códigos de la cotidianidad, tales como: las relaciones sociales en un contexto de seguridad que hay que cuidar desde el territorio; las redes sociales que potencian la solidaridad orgánica; y el compromiso personal de cada uno con su territorio.

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Redacción LPT

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