OPINIÓN

Utopía

René Martínez Pineda

Sociólogo y Escritor, UES-ULS

La utopía -Lady Godiva del pueblo sin geométricos pechos de silicona- se oculta en las ojeras de Antígona buscando a sus hijos, que no llegaron a dormir, en la morgue del loco forense o en la fosa común de La Bermeja. La utopía está en la vida de los que deben la vida; en las venas cortadas del indigente en las que circula un mar de gente rumbo al suicidio de las 8 de la mañana; en la sonrisa burlona del ascensor de la torre de apartamentos que cuestan ciento cincuenta años de salario mínimo; en el coqueteo de los carros que son más caros que el barrio en el que viven las que trabajan en la maquila; en el suspiro nostálgico del estudiante encerrado en un celular; en los quejidos drásticos de la universidad sin maestros para que no perturben la paz del sobresueldo; en el humo de la fábrica que se declara inocente de los daños causados porque no tenía cómo decir que no.

La utopía -Dulcinea despreciada por los hombres feos que traicionaron la sangre derramada- está en el pregón de la muchacha hermosa que vende diarios en la madrugada de los lobos lascivos; en el vaivén de las mejillas lacias del anciano que vende tamales pisques todo el año, días de cuarentena inclusive… Está en la risa de Yolanda, la musa de Pablo, vendiendo cigarros y sueños húmedos en el portal La Dalia; en las manos de barro haciendo gradas para subir al cielo de los tres tiempos de comida.

La utopía está en la tertulia del viernes de atol shuco; en los brazos fornidos de los cargadores de bultos en el mercado; en el beso robado en el breve espacio entre la casa y la oficina, ese breve espacio que quedó desolado por la partida del milanés insigne. La utopía está en todo cuanto vive a pesar de estar en medio de la muerte; en el movimiento de las cosas que están quietas; en los cascos de acero del tren del fin del mundo, caminando, trotando, corriendo hacia el país que está debajo de la almohada; está en la lengua ansiosa de senos patrióticos sin candados; en la angustia de la vida de los que viven perseguidos por las deudas impagables; en los zapatos rotos de quienes van a pie por los ojos somnolientos de la madrugada.

La utopía está en la hoja en blanco sin puntos suspensivos negros porque no sirve el llanto sin ojos, ni sirve poner la otra mejilla en la mesa del hambre; está en el miedo atado al cometa desbocado del renacimiento constante del alma en la piel; en la balística que nos grita quiénes son los asesinos del pueblo; en el luto y la fiebre que sacamos a patadas todas las mañanas para tener la fuerza suficiente para ir a trabajar; en el antídoto del veneno que escupe la víbora decrépita que se arrastra en el victorioso valle como si fuera la embajada de la amargura de terminar siendo irrelevante y patético y amargo; está en lo que escribo en las paredes y aceras sin fines de lucro… está en las voces anónimas, en la luz sin sombras que reclama la autoría del huracán de los cambios.

La utopía es esa locura que nos hace racionales; es esa soledad que únicamente puede vivirse estando en medio de la multitud que confía en el joven que les regaló la vacuna de las nuevas ilusiones en los días de la peste de la desilusión. La utopía es la certeza de que hay que creer en algo para poder creer en nosotros mismos.

LPT Redacción

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